Una característica común en todos los jardines botánicos es disponer las colecciones de forma que puedan localizarse fácilmente los vegetales. Uno de los primeros criterios usados para ordenarlos fue su aspecto o el uso que recibían. En el siglo XVIII apareció la idea de crear una zona donde se situaban las plantas de acuerdo con la sistemática científica, de forma que los estudiantes pudieran encontrarlas allí colocadas de la misma manera que en sus libros de botánica. Eso determinaba la estructura del jardín, que se dividía en tantos parterres como unidades taxonómicas se consideraban.
Las primeras Escuelas Botánicas solían tener veinticuatro cuadros que correspondían a la clasificación de Linneo. Es la división que se puede ver, por ejemplo, en el Real Jardín Botánico de Madrid. Con el paso de tiempo la ciencia botánica ha ido adoptando diversas clasificaciones y por esa razón el número de cuadros de los jardines se establecía de acuerdo con la sistemática vigente en su momento.
La Escuela Botánica del Jardín de la Universidad de Granada conserva los mismos catorce cuadros que tenía en sus inicios, que corresponden a las catorce clases de la sistemática de Jussieu para las plantas con flores.
Aunque en la actualidad la sistemática se entiende de forma muy diferente y se ajusta a criterios filogenéticos, la restauración realizada en el jardín ha respetado su carácter histórico y las plantas se colocaron en la Escuela siguiendo el criterio original que es el que seguía Mariano del Amo en su Flora fanerogámica. Para evitar confusiones que dificultarían el uso didáctico actual, la nomenclatura de nombres de especies y familias corresponde a las normas actuales. Buscando la mejor comprensión se ha colocado un cuadro que expone los criterios de ordenación, reflejando en él la ordenación de las familias realizada en el terreno de cultivo y su relación con las sistemáticas más recientes.
Además de su trazado, la Escuela Botánica conserva también otros valiosos testimonios de sus inicios. Se encuentra allí la primera portada de ingreso, una glorieta de hierro para trepadoras, bancos de piedra. Incluso, como elementos ya de interés arqueológico industrial, dos bóvedas subterráneas que eran las tomas de tierra de los pararrayos, cerradas por grandes bloques de piedra.